lunes, 22 de junio de 2009

El Jinete Silbador

En invierno siempre íbamos a la casa de la abuela a pasar el fin de semana, y a saborear las ricas sopaipillas que ella nos hacia.
Siempre cuando la visitábamos nos mostraba su fresca sonrisa nos decía: estas sopaipillas están hechas por manos de una monja, contagiándonos a todos con su sonrisa.
Como ya he contado, llegada la noche nos reuníamos en torno al chispeante brasero para escuchar los cuentos de la abuela o vivencias de algún lugareño, siempre estaban revestidas de misterios inexpiables, ya que la gente era muy supersticiosa y contaban que después de media noche cuando la oscuridad era absoluta una o dos veces al año pasaba un jinete silbador, montando su negro caballo con dirección a Frutillar Bajo, dejando tras de si su silbido melancólico mezclado con el acompasado trote de su cabalgadura, perdiéndose a lo lejos en las oscuras sombras de la noche.
Por ese motivo lo llamaban el jinete silbador, si alguien salía a mirar al camino sólo lograba ver una sombra tragada por la noche y escuchaba el silbido triste y melancólico y el rítmico golpear en las piedras del camino de un caballo alejándose.
Contaban los habitantes más antiguos que el jinete silbador era el alma en pena de un joven colono que murió de una rápida y extraña enfermedad en plena juventud de su vida. Cuentan que este joven acostumbraba a visitar a su hermosa novia, que vivía en frutillar bajo se le veía pasar por las tardes montando su negro, reluciente y brioso caballo.
Dicen que si alguien después de media noche escucha el silbido triste y melancólico de una canción de amor, y el trote de un caballo perdiéndose en la distancia del camino es el jinete silbador que va a visitar a su novia a orillas del Lago Llanquihue en Frutillar bajo.
También, dicen que en las noches estrelladas de verano el silbido susurrante de la brisa, y el murmullo acompasado de las olas, es el coloquio de amor del jinete silbador por su hermosa novia, en un eterno romance de sublime amor.

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