lunes, 22 de junio de 2009

El Entierro

La noche caía lentamente con tenues burbujas de sombras, como gigantescas telas de araña tejidas desde lo alto del cielo; como un gran manto la noche iba arropando con su silencio las casas de madera de ventanales iluminados y las largas calles del pueblo, como son los inviernos en frutillar. Como en esas tardes, nos reunimos con la abuela en torno al chispeante brasero para escuchar sus cuentos.
Dijo, que lo que nos contó, lo vivió su abuelo cuando ella aún no nacía, y eran historias de entierros y de cántaros llenos de monedas de oro y de plata, que según decían estaban enterrados en los alrededores de Frutillar.
Mi abuela asegura que por los años 1930, su abuelo y su compadre habrían visto arder un entierro a orillas del monte, justo en un árbol de espino. Aquellas llamas subían como finas lenguas anaranjadas con resplandores azulosos como si brotaran de las raíces del árbol en la oscuridad de la noche.
Cuando ellos llegaron al lugar de los resplandores pudieron ver como si alguien hubiera encendido un brasero al pie del espino. Ese día era la noche de San Juan, es cuando los tesoros ocultos bajo tierra arden por algunos segundos, por lo que sin darle paso a la duda, dejaron en el lugar un sombrero como señal y volvieron a sus casas a buscar las herramientas necesarias para desenterrar, según ellos, el cántaro de la fortuna.
Al volver esa noche al lugar de los resplandores, la oscuridad era absoluta, sólo una llama blanca y brillante de una lámpara de carburo proyectaba una susurrante y débil luz donde estaba el sombrero. Cuando estaban a medio cavar comenzó a soplar un viento norte, que en cosas de segundos se transformo en un estruendoso temporal como si el monte se viniera abajo y un tropel de mil demonios se les viniera encima. Compadre, no les haga caso son puras visiones, son los espíritus que cuidan el entierro, y en ese preciso instante apareció desde la oscuridad un furioso toro con los ojos luminosos como dos brazas encendidas. En ese tenebroso momento uno de ellos se santiguo, diciendo: Dios y la santísima virgen nos ampare y como arte de magia la excavación se lleno de agua y barro.
Cuentan que al otro día paso por ese lugar un campesino con un piño de animales, encontrando un cántaro medio desenterrar.
Contaba la abuela que años más tarde el campesino, se había transformado en un millonario hacendado en la zona central del país.
La abuela terminó diciendo: hijos, la suerte no es para el que la busca, si no para el que se tropieza con ella……

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