lunes, 22 de junio de 2009

El Árbol Callejero

Frutillar alto en sus inicios era una aldea muy pequeña con calles largas y monótonas con tres a cuatro casas por cuadra, a partir de la inauguración del ferrocarril y de la actividad industrial y del desarrollo de la actividad diaria, poco a poco se fue poblando, pero las calles estaban muy tristes y solitarias, desprovistas de vida silvestre y de la verde belleza de los árboles. Un día, unos hombres de ideas de corazón, amantes de la naturaleza y del medio ambiente, acordaron una tarde después de una larga conversación plantar árboles en todas las calles del pueblo, con lo cual las grises y tristes calles se poblaron de verdes árboles y es aquí donde comienza mi vida de pueblo, ahora tú te preguntarás quién soy yo, que digo estas cosas: después de que te diga mi nombre te darás cuenta lo que yo represento para tu pueblo. Yo soy el árbol callejero: el que trata de ser tu amigo, el que no huye de ti, el que no te ofende ni te molesta; el que en silencio derrama sombras en verano en esos días de sofocante sol; el que con su paraguas verdes ramas te ampara en los días de lluvia, el que cuida el medio ambiente de tu calle cuando la brisa murmulla moviendo las verdes teclas de mis rama. Sabes, amiguito: yo soy la tribuna, soy el altar donde los pájaros cantan sus dulces trinos; soy la almohada donde descansan los agobiados caminantes acurrucados bajo la frescura de mis sombras. En primavera con mis flores perfumo las calles de tu pueblo, yo soy el árbol callejero, yo vivo en el frente de tu casa, soy hijo del bosque nativo que cada día se extingue en las fauces del progreso y de la irresponsabilidad de algunos hombres.
Quiero ser parte de este pueblo, tú con tus sueños yo con mi presencia en las hermosas calles de tu pueblo.
Gracias por haberme escuchado con tu sabia paciencia, se despide de ti, un árbol callejero.

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